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sábado, 25 de julio de 2015

DESCUBRIMIENTO DEL CUERPO DEL APÓSTOL SANTIAGO

El lugar donde Atanasio y Teodoro enterraron  al Apóstol, Libredón, quedo en el olvido .

 Cuando el año 813, reinandado en el poco espacio de la Hispania cristiana, Alfonso II, el Castro, un ermitaño llamado Pelayo, vivía en el bosque Libradón.



El ermitaño llamado Pelayo, observa varias  noches una peculiar caída de estrellas sobre unas tierras situadas en el bosque Libredón. Las estrellas se posaban siempre sobre un monticulo del bosque, siempre el mismo.

 Sorprendido busca al obispo del lugar, cuya sede era Iria Flavia, llamado Teodomiro, para contarle tan extraño suceso.

 Este obispo se dirigió al lugar donde pudo contemplar él mismo el fenómeno.
Teodomiro, después de estar tres días ayunando y rezando mando excavar en el lugar donde se posaban las estrellas.


Allí fue donde encontraron un sepulcro de piedra en el que reposaban tres cuerpos que serían identificados como el Apóstol Santiago y sus dos discípulos, Teodoro y Atanasio.

Evidentemente el obispo Teodomiro era conocedor de las distintas tradiciones orales y escritas que hablaban de la presencia evangelizadora de Santiago y de cómo sus restos reposaban en nuestra tierra.
Decidió trasladar su rresidecia al lugar donde encontraron el cuerpo.
Algo extraordinario encontró para querer ser enterrado allí y no en Iria, de donde era obispo y donde estaban enterrados todos sus predecesores.

Construyó la primera basílica jacobea en un lugar con restos arqueológicos mucho más antiguos que acreditan la realidad histórica del descubrimiento de un sepulcro, en el siglo IX, en lo que ahora es Compostela, cuya significación religiosa fue extraordinaria.

Este acontecimiento ocurrió el 25 de julio.

El obispo reconoció este hecho como un milagro e informó al rey astur, Alfonso II el Casto, que al conocer la noticia se traslada con su corte al lugar del descubrimiento, convirtiendose en el primer peregrino.

 Alfoso II ordenó la construcción de una capilla en el lugar, llamada Atealtares, y u monasterio que encomedó da los beedictinos.
Antealtares, estaba en un espacio hoy coincidente con el centro de la plaza de A Quintana.


El obispo falleció, como queda dicho, el día 20 de octubre del año 847, y fue sepultado junto al Templo Apostólico por él construido, sepultura que parece que fue reubicada por Pedro de Mezonzo con la construcción de la nueva Basílica de Alfonso III, que quedó oculta en el subsuelo de la catedral románica y descubierta con las excavaciones arqueológicas del siglo XX, siendo después reubicada su lápida en el ala sur de la catedral, próxima al area del subsuelo en que fue encontrada, como homenaje al obispo que descubrió el sepulcro de Santiago y fundó la ciudad de Compostela

Lauda texto

Y el encuentro de su lauda sepulcral y su inscripción nos resuelve la fecha de su muerte, ignorada hasta entonces, como prueba irrefutable de su vida, el 20 de octubre de 847, acorde con la referencia del Cronicón Iriense, que sitúa su muerte bajo el reinado de Ramiro I (842-850).


 El lugar se  convirtió gradualmente en un importante lugar de peregrinaje, siendo el mismo rey el primer peregrino, pasando así a la historia.


 Esta historia está recogida en un escrito de 1077 conocido por la Concordia de Antealtares. Dice el texto:
" No hay duda alguna y para algunos es claro, como el testimonio del Papa León, que el bienaventurado Apóstol Santiago, degollado en Jerusalén y llevado por sus discípulos a Joppe (Haifa), y después de algún tiempo fue trasladado por el mar al extremo de Hispania, guiado por la mano de Dios, y fue sepultado en el extremo de Gallecia permaneciendo oculto mucho tiempo. Pero como la luz en las tinieblas, o una candela bajo el celemín no pueden permanecer mucho tiempo, con la ayuda de la divina providencia, en tiempo del serenísimo rey don Alfonso, llamado el Casto, un anacoreta de nombre Pelayo, que vivía cercano del sepulcro del Apóstol, tuvo en principio una revelación por medio de Ángeles: después se manifiesta como muchas lucecitas a los fieles que estaban en las iglesias de San Félix de Lovio; los que buscando consejo, visitaron al obispo de Iria Teodomiro y le contaron la visión. El cual, después de un ayuno de tres días, con gran cantidad de fieles, encontró el sepulcro del bienaventurado Apóstol, cubierto con piedras de mármol. Y, lleno de enorme alegría llamó enseguida al citado religiosísimo rey; el cual como era guardador de la castidad y amador de la santidad se apresuró a construir de momento una iglesia en honor del mismo Apóstol…

 Esta capilla fue seguida por una primera iglesia el año 829.
Alfoso III , en el 899, mandó construir una iglesia prerrománica, una iglesia más amplia para dar cabida a todos los que llegaban a rezar ante el Apostol.

Almanzor, en 997, llegó a Santiago y asoló todo lo que encontró a su paso. En un gesto de genosidad solo respeto las reliquias del Apóstol.




El obispo Pedro de Mezonzo con la ayuda del rey Bermudo II de León, recostruyó el templo.
Bermudo III de León.jpg


La ciudad y el santuario pronto se recuperó, los peregrinos y las limosnas llegaron de toda Europa.

Esta iglesia también se hizo pequeña.


 Finalmente se inició en 1075 bajo el reinado de Alfonso VI la construcción de la Catedral de Santiago de Compostela.


Reconocimiento del hallazgo de los restos por León XIII
 Estudios arqueológicos han demostrado que Compostela era una necrópolis precristiana, pero jamás se han practicado investigaciones científicas sobre los restos que custodian los muros de la Catedral, hasta el punto de que algunos investigadores incluso han atribuido tales reliquias óseas a Prisciliano de Ávila, el obispo hispano acusado de herejía.


Sin embargo, la historia de los huesos del Apóstol no acaba aquí. Una vez descubiertas y honradas con un templo cristiano, las reliquias no pararon quietas mucho tiempo. Según la tradición oral, en el siglo XVI tuvieron que ser escondidas para evitar la profanación de los piratas que amenazaron la ciudad compostelana tras desembarcar en el puerto de A Coruña (mayo de 1589).

Sepulcro de Santiago
 Las excavaciones llevadas a cabo a finales del siglo XIX, al perderse la pista de los restos de Santiago, revelaron la existencia de un escondite -dentro del ábside, detrás del altar principal, pero fuera del edículo que habían construido los discípulos- de 99 centímetros de largo y 30 de ancho, donde se ocultaron, y se perdieron, durante años, los huesos del Apóstol.

 En 1884 el papa León XIII reconoció oficialmente este segundo hallazgo.

 

Como a su vez hay una Lauda Sepulcral del Obispo Teodomiro datada en el año 847.




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